Niña,
que acunas tantos pájaros al sol, que meces la tristeza como una muñeca de
trapo. Coleccionista de heridas en la ciudad de las constelaciones, andas
descalza buscando el fulgor, ese detalle que te devuelva el por qué del
tiempo abandonado a la dialéctica. El
frío quiere subir, posarse en tu balcón como un pájaro herido, como el
pasado que insiste con volver. Pero en el claro de la noche aún respiras, aún
(la) sientes en el reverso de su piel y en cada exhalación recitas las
metáforas de los latidos a la par. Abandonada al espejo de lo circular, flotas
en el horizonte de su cintura dibujada con cintas de papel. Has dejado la piel,
has revelado el secreto. Mas el tiempo te mostrará en sus ojos lo eterno,
destruirás al fin los espejismos del ayer.